Picar la torta
Curaduría de Ruth Auerbach
La propuesta cerámica de Manuela Zárate (1994) se concibe a partir de narrativas que trazan nuevas configuraciones y problematizan argumentos recurrentes de la cultura social venezolana: los iconos populares, los estereotipos humanos, la identidad, la historia y el territorio, vistos bajo una óptica de inmensa expresividad. Humor y sátira se traducen en un sistema de significantes simbólicos que hacen de su proyecto una obra bizarra y singular. El archivo de imágenes acumulados por la investigación y una curiosidad desbordada quedan impresos en su subconsciente y como toda obra que trasciende, la suya emerge ingeniosamente como una postura crítica a su entorno, ahora afectado por un presente incierto.
Picar la torta, se configura a partir de un amplio repertorio de objetos cerámicos y pinturas, cuya puesta en escena se constituye en una metáfora formal y “divertida” que describe la manera como la artista percibe su realidad. La instalación representa una fiesta de cumpleaños típica en una casa popular, desplazada ahora al cubo blanco de la galería, donde se ensamblan los elementos y personajes distintivos de la celebración. ¿Es esta una analogía del país? ¿El correlato que permite reconocerse en la dualidad entre la fiesta perpetua y la tragedia, entre las costumbres populares y las adquiridas, entre la abundancia y la precariedad? Aquí subyace un comentario mordaz referido a la repartición indiscriminada de nuestro territorio y sus recursos naturales, de una economía volátil y de una cultura antropofágica, dominada por las estructuras de poder. Entre dulces y pasapalos tradicionales, se eleva “la torta”, una escultura que ostenta en su superficie un edulcorado mapa de Venezuela y, en su contorno, escenas del paisaje local y de los pozos petroleros. La paleta tricolor del interior del bizcocho, así como de la infalible piñata-mapa –desmembrada de la región del Esequibo–, remiten al deplorable y fantasioso quiebre del sentido de lo nacional.
El corpus de trabajo que conforma la exhibición se articula idealmente entre la noción amplia de territorio y la cotidianidad del entorno familiar. Allí coexisten entidades fantásticas y apócrifas en forma de mujeres, vasijas y figuras zoomórficas, con los murales y móviles que representan el universo cósmico. Asimismo, las pinturas de breves pinceladas y deslumbrante cromatismo se despliegan en el espacio como telones de fondo, al incorporar la sublime flora y la espesura del paisaje al ámbito doméstico. Tendencialmente atípica y de sensorialidad extrema, la obra de Manuela Zárate nos orienta a relacionarla con un “conceptualismo fantástico” –si eso es posible–, que busca su sentido especulativo en cada nuevo ensayo.
Ruth Auerbach